Del alarde de logros futuros
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He leído recientemente en la web del Instituto Europeo de Inteligencias Eficientes: “A diferencia de lo que muchos creen, los optimistas conocen a fondo la realidad a la que se enfrentan, justamente porque la han estudiado o se han preparado para situaciones de dicho estilo. Mientras otros lo ven nublado, quienes se atreven a ser optimistas tienen en claro qué hacer y adónde apuntar”. Bueno, seguramente el IEIE se manifiesta con fundamento, aunque yo lo veía de distinta manera y me han surgido reflexiones propias.

A mi modo (simplificado) de ver, se es optimista al ver sobre todo el lado bueno de las cosas, y también al tender a percibir habitualmente un futuro prometedor, propicio, próspero. Todo es siempre más complejo, pero temo que a menudo se corra el riesgo de desconectar de la realidad y hasta, sí, de llegar a celebrar éxitos no alcanzados todavía. En general tratamos de conciliar la audacia con la prudencia, pero también se habría de conciliar ciertamente el optimismo con el realismo, y de esto va la reflexión que suscribo, sin descartar que haya ocasionalmente optimistas con sólidas razones para serlo.

Con la ventaja del paso del tiempo y si vale la paradoja, se puede observar el pasado con cierta frescura; con perspectiva y frescura, sí. Retrocedo más de veinte años para recordar aquello de los cambios culturales (cambios de mentalidad, propiamente), de los valores, del orgullo corporativo, del afán de logro y de las emociones positivas en general, aunque deteniéndome sobre todo en el optimismo, porque en verdad recuerdo algunas complacencias por logros todavía sin alcanzar; complacencias en que acaso faltó realismo.

Por llamativo, he recordado otras veces que una empresa de formación presencial y de e-learning, presidida entonces por J. Vega de Seoane, declaraba (notas de prensa) ya en 2001 su previsión de facturar 5000 millones de pesetas (30 millones de euros) en 2003, lo que suponía multiplicar notablemente el volumen de negocio. Llegado ese año la facturación se quedaría empero en la quinta parte (6 millones de euros), después de haberse hecho en 2002 (con otro presidente ya en la firma) una solemne presentación de la empresa en el Teatro del Liceo de Barcelona (a modo de audaz desembarco en Cataluña), incluyendo conferencia de Eduardo Punset y actuación del Cuarteto de Cuerdas del Conservatorio. Se trataba sin duda de un sector en crecimiento, aunque no parece que fuera tan vertiginoso.

A ver, que lo de las emociones positivas es muy saludable, y a menudo sucumbimos a la tentación de tirar cohetes: algo humano. En relación con las perspectivas de crecimiento he recuperado otros ilustrativos apuntes sobre —cambiemos de sector— Bodegas Vinartis (cuyo diseño de la correspondiente web, por cierto, me pareció espectacular en su momento):

  • En Cinco Días: “Cumbres de Gredos prepara su desembarco en el mercado de Estados Unidos”. Con este titular aparecía (diciembre de 2004) una entrevista a Felipe Sánchez, vicepresidente de Bodegas Vinartis (antes Cosecheros Abastecedores), que al parecer estaba preparando el asalto al mercado estadounidense. Todavía no habían encontrado el socio adecuado, pero parecía una decisión firme.
  • En Estrategia Empresarial: “Cumbres de Gredos prepara su desembarco en la denominación Rioja”. Igualmente en diciembre de 2004, y bajo este titular, se hablaba de que las Bodegas Vinartis proyectaban su expansión en Rioja (y también en Rueda y Ribera del Duero).
  • En Expansión: “El año que viene nos reforzaremos con la compra de bodegas en Rioja y Ribera del Duero”. Esto había aparecido en junio de 2004, bajo una fotografía en que el entonces presidente de Bodegas Vinartis, Miguel Canalejo, prestigioso empresario procedente del sector de las Telecomucaciones, mostraba una botella de su vino Pata Negra.

Seguro que, antes o después se producirían los desembarcos anunciados, aunque no tuvieran tanta relevancia en los medios económicos, ni quepa hablarse propiamente de éxito empresarial. Al parecer, en 2008 estas bodegas fueron adquiridas por García Carrión (en 75 millones de euros), compañía que se propuso llevar a cabo un necesario saneamiento para que aquellas dieran beneficios en un plazo de dos años. O sea, bueno es el optimismo sin sacrificar el realismo y, caramba, teniendo paciencia para exhibir en su caso los logros una vez alcanzados. En todos nosotros aparece la necesidad de contarlo cuando nos sentimos entusiasmados o satisfechos por algo, aunque, por demasiado simple, aquí no sería ésta la única explicación.

Si han leído a Edward De Bono —Seis sombreros para pensar—, convengamos en la necesidad de tener siempre a mano el sombrero amarillo, para ser positivos, constructivos y optimistas; pero el autor nos recomendaba utilizar después el sombrero negro, que no deberíamos identificar con el pesimismo sino con el realismo; con la debida atención a los errores, riesgos o peligros. Una adecuada sinergia de optimismo y realismo parece en verdad recomendable en la actividad empresarial, aplicando siempre los esfuerzos necesarios para llegar a los resultados perseguidos, que —perogrullada— no llegan solos tras proclamarlos.

Era en el escenario neosecular una suerte de mantra aquello del entusiasmo, la ambición, la pasión y el empeño, acaso para neutralizar, por ejemplo, la dura realidad de los recortes en el empleo. Sin duda resultan saludables las emociones positivas y se atribuía a los líderes la habilidad de inocularlas en el personal. Por cierto, lo del liderazgo era algo bueno, buenísimo, cosa esta que llamaba mi atención porque uno pensaba también en líderes como Hitler o Stalin… Dicho de otro modo, yo (consultor muy júnior) ponía el foco en la consecución de metas deseables, celebrables, y defendía una concepción “sistémica”: ningún directivo sería realmente un líder si como tal no le percibieran sus colaboradores. Es que veía uno diplomas de liderazgo colgados por las paredes…

Bien por el liderazgo de los directivos tras logros atractivos, y bien por la inoculación de emociones positivas tras aquellos; pero conciliemos en efecto optimismo y realismo, como audacia y prudencia. Temo por cierto que en algún momento se fundiera/confundiera esta virtud cardinal (la prudencia) con la distinta idea de la prudencia graciana, que también su puso de moda décadas atrás en el mundo empresarial. Ahora, al final de 2024, saboreemos los logros alcanzados y propongámonos metas para 2025; no metas para exhibir, sino para alcanzar; no solo metas personales, sino asimismo compartidas; no solo metas profesionales, sino también familiares y sociales. Buen cierre del ejercicio 2024 a todos.

José Enebral Fernández

jose-enebral

 


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