Y no, no se impuso aquel e-learning programado
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Trabajé —acéptese esta aclaración previa— como consultor en sistemas de formación para ordenador personal cuando todavía no teníamos Internet (años 80); lo llamábamos “enseñanza asistida por ordenador” y venía a constituir la versión técnicamente actualizada de lo que habíamos venido llamando “enseñanza programada” (la impresa); es decir, se alineaba con los postulados de Skinner y, al respecto, disponíamos de herramientas de autor. Luego se iría desarrollando Internet y tendríamos en modo on-line cursos interactivos que hasta entonces habíamos empaquetado en aquellos discos magnéticos y ópticos: se hablaba ya de e-learning, sí, en el escenario neosecular.

Uno recuerda en efecto aquellos comienzos (también sonaba ya en las empresas el e-commerce y el e-business)… Ciertamente, ya extendidos los ordenadores personales y potentes las redes, no se trataba sino de aprovechar la llegada de Internet, con la interactividad y la diversidad “multimedia”. Claro, resultaba complicado diseñar efectivos y atractivos contenidos (guiones didácticos) siguiendo los postulados de Skinner y, por otra parte, la cultura “lineal” del aprendizaje (y la cultura de classroom, especialmente) se hallaba muy arraigada en todos nosotros.

Todo es en verdad más complejo, pero las empresas del sector de la formación continua se afanaron al comienzo del siglo en lucir los avances técnicos (interactividad y multimedia) dentro de los cursos on line, sin prestar (a mi particular modo de ver) suficiente atención al efecto aprendizaje y sí a los “efectos especiales” (más efectismo que efectividad, diría uno). Para acompañar un audio y por ejemplo, llegué a ver un muñeco moviendo la boca: temo que no importara mucho el contenido del audio, sino el diseño gráfico y las posibilidades técnicas: así se nos mostraba a menudo el emergente e-learning. Parecía querer cautivarse al cliente (áreas de Recursos Humanos), sin detenerse mucho en los usuarios (en los casos que conocí, técnicos y directivos júniores de grandes organizaciones).

Dicho de otro modo (y siempre según mi experiencia), los cursos venían a constituir un producto de los tecnólogos y no tanto de los docentes, a quienes a menudo se otorgaba un papel subordinado en los proyectos. Son muchos los recuerdos, pero puedo decir que un empresario me preguntó sí podía yo diseñar un guion interactivo de un tema que me fuera ajeno; le respondí que no podía enseñar lo que no sabía y ahí quedó la cosa. Y puedo añadir que topé en aquel tiempo con guiones que me parecieron mero texto lineal… Y seguir añadiendo que supe de un curso (“e-learning”, decía ser) de Ortografía, que meramente reproducía de modo lineal y parcial el manual de la Real Academia en una versión anterior; no añadiría valor, aunque sí precio (presentado como “e-learning”, era cosa novedosa…).

Antes de que el fracaso (en el aprendizaje) resplandeciera, se empezó a hablar de “blended learning”, o sea, de cursos de metodología mixta: presencial en aula, combinado con sesiones (ejercicios, repasos, lecturas, etc.) ante el PC. En definitiva, los cursos on line multimedia y pretendidamente interactivos exhibían tecnología (no siempre idónea), pero rara vez facilitaban por sí mismos un aprendizaje rápido, cómodo y efectivo (como parecía inicialmente pretenderse). Más tarde se acabaría diciendo que la mejor plataforma para el e-learning resultaba ser Internet, lo que podía interpretarse ya como una renuncia a la enseñanza programada original, la que con mayor o menor fortuna habían recogido los primeros sistemas off line de “enseñanza asistida por ordenador, aquellos que producíamos los propios docentes mediante software de autor.

No, aquel e-learning neosecular, aquel nuevo intento de programar la enseñanza aprovechando el avance de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), no triunfó entonces entre los usuarios. Ocurría, por cierto, que las organizaciones les presionaban o incentivaban de alguna manera para seguir los cursos (cuando la actividad cotidiana lo permitiera) y llegar hasta el final, aunque el ratio de abandonos de los alumnos siguió resultando relevante y revelador.

Sin embargo, el emergente sector de la producción de sistemas de e-learning perseveraba, no perdía la fe… Lo que debía haber sido una apuesta por el aprendizaje continuo autodirigido (self-directed lifelong learning) pareció ser más bien, especialmente y sobre todo, una decidida apuesta por el avance de las TIC. Uno empero pensaba y piensa que lo importante es el qué aprender (hardskills y softskills), por encima del cómo; para cada necesidad habría lógicamente un método idóneo y oportuno (on the job, classroom, shadowing, e-learning, coaching, outdoor…), sin olvidar el llamado aprendizaje informal (no orquestado), ni la mera lectura (sintópica) de idóneos libros y artículos.

Las empresas del sector del e-learning se asociaron (en Madrid y en Barcelona) y apostaron fuerte al comienzo de este siglo. Uno recuerda, por haberlo vivido de cerca en Madrid, que una de las empresas pioneras anunció en 2001 que en dos años cuadruplicaría su facturación hasta llegar a 5.000 millones de pesetas (30 millones de euros). De hecho, en 2002 hizo esta empresa (Fycsa) su desembarco en Barcelona con una presentación (en el Gran Teatro del Liceo, Salón de los Espejos); hubo conferencia de Eduard Punset y cerró el acto una actuación del Cuarteto de Cuerda (entonces presidía la firma el prestigioso empresario Miguel Ángel Canalejo). Lo cierto es que, a pesar del despliegue, la facturación de 2003 se quedó en apenas la quinta parte (¡un 20%, sólo 6 millones de euros!) de lo anunciado en notas de prensa dos años antes. Parecía, sí, malograrse la proclamada “explosión” del e-learning.

En verdad (así lo recuerdo, aunque podrá haber otros puntos de vista) no pocos usuarios de plataformas corporativas de e-learning abandonaban los cursos antes de completarlos, y hasta se llegó a medir el éxito de un proyecto en función del porcentaje de alumnos que completaban los cursos (que solían ser, empero, de reducida duración: “píldoras”, se decía). Alguna organización ofreció “puntos canjeables por obsequios” a los participantes. Uno diría, sin ánimo de generalizar, que la calidad didáctica de los guiones era visiblemente discreta, porque las empresas productoras ponían más énfasis en la tecnología que en lo demás.

Claro, estando sobre la mesa el tema de la calidad de estos cursos, acabó apareciendo (2008) una norma (UNE 66181) al respecto. Al parecer, el curso on line era bueno (criterio de “empleabilidad”) si el usuario encontraba trabajo (o un puesto mejor dentro de su organización) como consecuencia de haberlo seguido. Algunos lo interpretaron como “aplicabilidad”, es decir, si lo aprendido era aplicable en las tareas; pero ya se ve que se eludía la calidad intrínseca (efectividad didáctica) de los cursos, tanto en este criterio como en los otros previstos en la norma: interactividad, accesibilidad…

Todos estos recuerdos —atención— han emergido al comprobar recientemente que en realidad se sigue (2023) hablando de e-learning como algo tecnológico, fundiéndolo o vinculándolo, por ejemplo, con la inteligencia artificial o el metaverso. Bienvenido sea, claro, el avance técnico, y olvidada quede, si se quiere, la enseñanza programada; pero no perdamos la idea —el objetivo— del aprendizaje permanente en todos aquellos conocimientos y fortalezas diversas que enriquezcan nuestro perfil personal y profesional. Dediquemos —parece empeño saludable— esfuerzo a detectar qué falta (y sobra) en nuestro perfil, y démonos luego al aprendizaje y desarrollo personal de la forma más idónea, protagonizando cada individuo su proceso.

Por e-learning podemos entender aprendizaje ante una pantalla (típicamente la del ordenador), tanto si nos hallamos on line como si no: no importa mucho; la cosa es que aprendamos a lo largo y ancho de la vida, y que al respecto aprovechemos el avance técnico y cuanto tengamos a mano. Cabe también sin duda la lectura de buenos libros y artículos; claro, la desinformación se ha extendido y uno precisa buena dosis de pensamiento crítico para evitar falsos aprendizajes (ante cualquier medio).

Ya, pero… ¿qué enseñanzas podemos extraer de todo lo anterior? Seguramente no conviene preterir al usuario ni poco ni mucho, aunque en principio los negocios parezcan funcionar entre clientes y proveedores; las TIC deben ponerse al servicio de algo, más allá de exhibir su progreso; en las organizaciones, el optimismo no debe desentenderse del realismo; la calidad debe estar vinculada a la satisfacción de los usuarios, y tengamos claro qué es lo que se acredita cuando se expiden “certificados de calidad”…

Es verdad, para terminar, que uno debe protagonizar su propio avance en saberes, sentires, pensares y quereres, en esta economía del conocimiento y la innovación; pero ha de examinar con cuidado la información que le rodea, cualquiera que sea el soporte. La destreza informacional (information literacy movement) resulta inexcusable y exige fortalezas diversas; entre ellas, ciertamente, el pensamiento crítico bien entendido (critical thinking movement), que no va en busca de errores (aunque los encuentra), sino de certezas, a menudo escondidas, ocultas. Es que hay mucha información fake escrita y oral: vayamos con cautela en el aprendizaje y desarrollo personal.

 

José Enebral Fernández


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