Al hablar aquí de sociocentrismo, enfoquemos colectivos (de carácter profesional, pero también social, político, deportivo e incluso religioso) en que de modo habitual/cotidiano compartimos inquietudes, metas, responsabilidades, experiencias, actividades, intereses, creencias, opiniones… Y apuntemos —acaso oportuna la reflexión— exactamente, concretamente, a una probable acomodación de nuestra mentalidad; a un cierto estrechamiento de miras del que, por natural, por progresivo, no solemos ser conscientes.
Ya decía el Talmud que no vemos las cosas como son, sino como somos nosotros, y en efecto, todos tenemos nuestros particulares modelos mentales; pero, en el supuesto sociocéntrico que enfocamos, lo que se produce es un reforzamiento de la mentalidad común, acaso un contagio de la forma de ver las cosas. Hay, sí, un debilitamiento de la conciencia autónoma, de la propia objetividad, en beneficio de la la óptica común.
A todos conviene hacer un esfuerzo de objetividad que nutra el buen juicio y permita conciliar con el provecho general la ocasional defensa de intereses específicos. No, no hablamos propiamente del corporativismo; lo hacemos de algo más informal y cotidiano en nuestro entorno profesional y, sobre todo, personal. Apuntamos al equipo de trabajo, al grupo de amigos, a los correligionarios, a los círculos a que pertenecemos… Ahí pueden surgir líderes de opinión, aun sin proponérselo.
Si el lector asiente, bueno parece cultivar la objetividad, el buen juicio, la amplitud de miras, la empatía, la flexibilidad, la apertura mental, el rigor conceptual, la autocrítica, la búsqueda de la verdad, la tolerancia ante lo diferente. Sí, porque… ¿qué pasa cuando sucumbimos al sociocentrismo? Podría ciertamente ocurrir que:
- Se desvirtúe aún más la percepción de las realidades.
- Se maquille y salvaguarde la identidad compartida.
- Se desarrolle la creencia de llevar razón, de poseer la verdad.
- Se extremen las posiciones y aspiraciones.
- Se observe con distancia a los ajenos, y con recelo a los discrepantes.
- Se siga, sin cuestionarlo, el pensamiento de los líderes.
- Se adopte una encriptada dialéctica/retórica propia.
En definitiva dejamos, a veces y en grado notorio, de ser nosotros mismos —diríase que algo irrenunciable—, para ser miembros de un grupo (membresía opcional en unos casos y no tanto en otros). Desde luego, sin descartar líderes ejemplares a los que seguir, conviene leer también el término “líder” como palíndromo. No deleguemos pues en el líder lo de pensar; ni por comodidad, ni por confianza. En la actuación, en lo de hacer, caben obviamente dependencias; pero lo de pensar parece obligado para todos nosotros al asumir la dignidad de seres humanos desarrollados.
Uno recuerda —para un enfoque fino de esta reflexión— haber rechazado, ya de niño, pertenecer a una pandilla en el barrio, como a enrolarme en la OJE (organización juvenil de carácter nacional), e incluso ingresar (religioso mi colegio) en las compañías de San Luis Gonzaga para una suerte de apostolado… No es que aquellos fueran tiempos (años sesenta) de grandes libertades, pero uno temía perder parte de la suya más particular; perder, sí, una dosis sensible de autonomía.
Al poco de incorporarme al mundo laboral, sentí de cerca la llamada de una organización de perfil religioso, al parecer bien presente en mi entorno profesional; enseguida tomé distancia (o acaso la tomaron ellos porque yo no diera el perfil…). Y ya recientemente, en una asociación de antiguos alumnos me hicieron prometer de modo solemne que defendería (“a toda costa”, se decía) determinados valores “innegociables”: acabé dándome de baja. Sirvan, sí, estos recuerdos propios para enfocar la reflexión.
No, no cabe descartar la pertenencia a grupos ni la adhesión a idearios, y desde luego resulta natural lo de incorporarse a organizaciones y asumir compromisos; pero también parece saludable cultivar la conexión con el mundo exterior, la libertad, la tolerancia, la debida percepción de las realidades, la autonomía de conciencia, la reflexión crítica, la agudeza cogitacional, el rigor inferencial, la ecuanimidad, la mesura, la prudencia… Larga es la lista de fortalezas y virtudes (universalmente reconocidas) que el sociocentrismo podría debilitar, acaso en infausta sinergia con la circundante desinformación, la instrumentalización, la manipulación.
En las organizaciones, del directivo se espera que asuma responsabilidades y compromisos, que cultive la inteligencia y la prudencia, que catalice la mejor expresión profesional de sus colaboradores, que genere resultados… No se descarta que en alguna organización se le pida más obediencia que inteligencia, más complicidad que compromiso, más optimismo que realismo; pero sin duda su crecimiento/desarrollo personal y profesional resulta deseable, y habría de percibir con la mayor objetividad las realidades (propias y ajenas) sin perjuicio de atender a intereses, de orientarse a metas, de encarar desafíos.
Todo lo anterior es un llamamiento a cultivar una personalidad propia idónea, respetable, que denote amplitud de miras, contacto con las realidades, perspectiva sistémica, anticipación al futuro, receptividad, flexibilidad cognitiva y emocional, pensamiento penetrante, autónomo y riguroso. Si no estuviéramos cultivando estas fortalezas, seamos al menos conscientes de ello.
José Enebral Fernández
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