Aquellas innovaciones vividas en el hogar
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Los más mayorcitos tenemos curiosos recuerdos de la niñez. Algunos conocimos un paisaje doméstico que seguramente ya no conocerían nuestros hijos: las cocinas de carbón, las neveras de barra de hielo que había que desaguar y reponer cada día, los colchones de lana, la escritura con plumilla y tintero, las radios de válvulas de vacío, las planchas de fogón, la mahonesa hecha a mano, la máquina de coser a pedal, los braseros… Incluso conocimos las anotaciones a bolígrafo en las libretas de ahorro, los camiones que arrancaban a manivela, o las farolas de gas en la calle. Todo aquello iría desapareciendo.

Aparte del primer teléfono (de seis cifras entonces) y en lo referido a electrodomésticos, uno (nacido en Lavapiés, Madrid) recuerda asimismo la llegada a casa del primer frigorífico, lavadora, secador, batidora, televisor… De todos estos productos hemos ido conociendo y celebrando varias generaciones; pero la innovación también se produjo al margen de la electricidad, e igualmente se celebró la llegada de la cocina de butano, el café soluble, las sopas y cremas instantáneas, los muebles de formica, el colchón de muelles, la vajilla de Duralex, la olla a presión, la fotografía en color, los pañuelos desechables…

También iría, sí, llegando a los hogares el lavavajillas, el horno de microondas, la freidora, la vitrocerámica… En verdad la innovación no ha parado en ningún campo y tampoco en el doméstico. Hoy tenemos ordenador en casa, lo que no cabía barruntar cuando conocimos aquellas primeras instalaciones con memorias de núcleos de ferrita; desde luego, no podíamos imaginar antaño el actual escenario de la información y la comunicación.

En relación con las aludidas microondas, se recordará que sus propiedades térmicas se conocieron por casualidad (como por casualidad se llegó en su momento a novedades tales como la penicilina, el estetoscopio, el caucho vulcanizado, el pegamento de cianoacrilato o el velcro, entre otras), y los primeros (voluminosos) hornos se instalarían en hospitales, cuarteles y restaurantes; así fue, pero pronto se adaptaría el diseño para que llegaran a los hogares. Curiosamente, la compañía americana que lo lanzó, Raytheon-Amana, enseguida empezaría a perder participación en un mercado que ella misma había creado, al surgir competidores japoneses con ventajosa relación calidad-precio.

(Lo de estos hornos —pronto muy populares en Japón, sí— mueve a recordar lo ocurrido en la aparición de los transistores, cuya generalizada aplicación se debió, en buena parte y como es sabido, a los muy intuitivos fundadores de Totsuko, luego Sony, que habían contactado con la Western Electric para hacerse con la licencia y dar origen a lo que se llamaría miniaturización japonesa. Asimismo serían, por cierto y por ejemplo, compañías niponas las que décadas después harían populares los terminales de fax que veríamos aparecer en las oficinas).

Lógico, desde luego, que se traten de orquestar aplicaciones domésticas y personales para los avances técnicos y científicos. En verdad, como usuarios todos hemos venido celebrando progresos en lo referido a la telecomunicación, la iluminación, la cocina o la industria textil, entre otros diversos campos, como más recientemente nos hemos interesado por las propiedades de algunos materiales, e incluso y por ejemplo las del agua electrolizada, que acaso —nuestra salud va resultando más vulnerable cada día— veamos pronto también en casa, para limpieza-desinfección.

Habíamos aludido a que cada elemento innovador venía siendo superado por una siguiente generación y ciertamente hemos conocido diferentes tipos de colchones, bombillas, grifos, cuchillos, sartenes, tejidos, sistemas de climatización, teléfonos, televisores, productos para la limpieza o la higiene… Además, el desarrollo técnico permitió hablar de hogares inteligentes, de control a distancia…

En efecto, hay mucho que hablar de la innovación y de sus diferentes grados de impacto. En nuestro tiempo, la sociedad ha visto llegar elementos sensiblemente revolucionarios, que han supuesto un cambio cuántico en nuestras vidas. Se diría que las novedades han resultado más numerosas en las últimas décadas, en buena parte debido también al salto —asalto— de la microelectrónica a sectores que (como el de la fotografía) le eran ajenos.

Todo lo anterior —básicamente, una observación detenida de nuestro entorno cotidiano— nos permite consolidar algunas conclusiones sobre la innovación:

  • Siempre hay algo que mejorar, resolver, aprovechar, inventar.
  • La casualidad puede generar buenas ideas en mentes curiosas, creativas.
  • La innovación es un proceso y no solamente un suceso.
  • No toda la tecnología es informática, ni toda la innovación es tecnológica.
  • Sería una pena acertar en un invento y errar en el marketing posterior.
  • Hay soluciones y avances aplicables fuera del sector de origen.
  • Suele haber una dosis de intuición tras cada caso de innovación.

 

Para cerrar estas reflexiones cabe ciertamente enfocar la intuición, tanto por su papel relevante en tantos descubrimientos y avances, como porque viene constituyendo fortaleza cardinal de muchos empresarios, que a veces asumen notables riesgos movidos por un impulso íntimo que cabe asociar a la fenomenología intuitiva. Fue el caso de Masaru Ibuka (Sony), Ray Kroc (McDonald´s), o David Sarnoff (RCA), por acudir a ejemplos casi olvidados y que merecen ser recordados; pero todos tenemos al alcance este plus de la inteligencia y, si uno identifica debidamente un problema a resolver y lo hace suyo, la intuición puede hacerle un valioso regalo.

Entre los retos latentes estaba, claro, el ahorro de tiempo en las tareas domésticas y no puede sorprender que, ya en el siglo XIX, apareciera aquella máquina de coser (acaso la primera máquina que llegó a los hogares), tras intentos diversos y, al parecer, en buena medida gracias a la intuición de Elias Howe, que habría tenido la revelación de situar el agujero en la punta de la aguja. Como tampoco sorprende que fueran apareciendo en casa todas las soluciones ya mencionadas anteriormente.

Hoy tenemos, sí, numerosas ayudas en el hogar; pero surgirán sin duda nuevas necesidades y soluciones. De hecho, quizá su propia arquitectura habitacional habría de contemplar ya más a menudo el crecimiento del teletrabajo y atender a otras realidades emergentes. Uno recuerda aquí por cierto aquellas populares corralas de mi barrio madrileño, propias de una convivencia en vecindad difícil de imaginar hoy. Ciertamente todo ha cambiado mucho en los últimos cien años y… el espectáculo continúa.

José Enebral Fernández


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