Escribí hace pocas semanas sobre el riesgo o costes colaterales del incremento ad infinitum de las demandas o expectativas de los consumidores, de cómo ello puede llevar a una vida miserable.
En nuestras sesiones de coaching con altos directivos vemos cómo la presión y las expectativas sobre su gestión han crecido sin parar en la última década. Los resultados, las ventas y beneficios, el valor para los accionistas, son con frecuencia la principal prioridad (valga la redundancia deliberada), cuando no la única. Además, todos desean que las cosas se consigan más deprisa, sin esperas.
Con la tecnología disrumpiendo cotidianamente en lo que se llama la revolución 4.0 y con la presión para hacer más con menos, muchos directivos actúan como si las cosas se pudieran lograr con solo apretar un botón; y cuando no se consiguen exigen respuestas. En este proceso, estos directivos pierden de vista, a menudo de modo poco consciente, el tratar a las personas con comprensión y apoyo, y a veces hasta con respeto, lo que sobrecarga a todos con estrés e insatisfacción. Incluso los expertos en project management olvidan una de las herramientas más poderosas de gestión de proyectos: la paciencia.
Cuanto más compleja sea una situación, un desafío y sus circunstancias, más tiempo se requiere para implementar soluciones acertadas y sostenibles. La paciencia es la combinación de comprender que muchas cosas llevan su tiempo con la voluntad de permitir que esas cosas se den.
¿Por qué está mal vista la paciencia?
En esta sociedad donde se ensalza tanto lo inmediato, la paciencia a menudo se ve como algo propio de incompetentes, como una suerte de incapacidad para actuar. Esto se debe, al menos, a dos suposiciones incorrectas. Primera, que los elementos clave para tomar una decisión son evidentes de inmediato; segunda, que todas las opciones disponibles son obvias también de inmediato.
Cuando un directivo espera un tiempo antes de elegir un curso de acción, no siempre es debido a su inseguridad o a su incapacidad para comprender los detalles relevantes. Llegar al fondo de las cosas, en un mundo cada vez más complejo y ambiguo, requiere un gran esfuerzo y tiempo para garantizar que se toman las decisiones más adecuadas. Revisar lecciones aprendidas en el pasado ante desafíos similares también es un proceso que requiere tiempo.
Son muchas las buenas iniciativas corporativas que fracasan solo por subestimar la importancia de la gestión de los tiempos y por apresurar las cosas demasiado.
Otra visión incorrecta de la paciencia, que también sufren otras competencias blandas (como hemos visto hace poco con la humildad), es la de asociarlas a un liderazgo débil. Directivos de la vieja escuela amontonan la paciencia con la empatía, la escucha, la transparencia o la amabilidad.
Esa mentalidad de vieja escuela es más partidaria de la intimidación, el ordeno y mando, el servilismo y el control, con escaso o nulo interés por las necesidades de los empleados. Ello genera, además, incapacidad para lograr su compromiso real de modo sostenible.
Ventajas de la paciencia
Por suerte, bastantes de los nuevos directivos, al menos muchos con los que tenemos la oportunidad de trabajar desde AddVenture, no toleran más este modo de actuar. Casi todos han tenido la nefasta experiencia de vivirlo en el pasado, y huyen de este enfoque como de la peste. En este sentido, también ayuda la cada vez más presencia de mujeres con responsabilidades de alta dirección.
Saben también todos estos nuevos líderes que el talento es difícil de encontrar y más aun de fidelizar y de comprometer en alma y corazón. Y saben que ello es clave para el éxito del equipo y de la organización. Las competencias blandas, entre las que se incluye la paciencia, son utilizadas y desarrolladas por estos buenos líderes para inspirar y comprometer a los empleados.
Son conscientes de que la productividad, al menos la sostenible en el tiempo, depende vitalmente de la satisfacción de las personas de la organización. Las personas que son receptoras de la impaciencia de sus jefes no tardarán en frustrarse en sus empleos y buscar algo mejor en otro lugar. Y si por el motivo que sea no lo hacen, será incluso peor, porque trabajarán con crecientes niveles de frustración, desencanto y hasta resentimiento.
Por el contrario, los líderes más pacientes son los que con más probabilidad forjan los mejores equipos y consiguen mejores resultados.
Resistencia personal a la paciencia
Cuando he compartido esta perspectiva sobre la importancia de la paciencia, algunos directivos me han argumentado que es difícil mostrar más paciencia porque el liderazgo ágil es hoy esencial para la supervivencia del negocio.
Algunos dicen incluso que su impaciencia se debe a la necesidad de progresar constantemente, sin demoras, y sin que la gente se acomode; toman decisiones rápidas porque deben obtener resultados rápidos.
Tienen razón con lo de que la agilidad es un factor crucial en estos tiempos VUCA. Pero en realidad esos argumentos son bastantes veces excusas y modos de enmascarar un patrón de comportamiento reactivo y disfuncional que ellos no controlan.
Es decir, son impacientes por naturaleza (como muchos afirman). Y ya que soy así y no me planteó la opción de mejorar o esta se me hace muy difícil, pues construyo una argumentación, basada en medias verdades, que convierte mi patrón disfuncional en una supuesta fortaleza.
En la realidad, las prisas generalmente aumentan la probabilidad de cometer errores y caer en descuidos. Estos pueden provocar atrasos y costes notables, porque las cosas deben corregirse o volver a hacerse. Paradójicamente, hacer las cosas con más tranquilidad y perspectiva puede mejorar la productividad. La paciencia de un líder que consigue hacer las cosas bien muestra un buen y eficiente uso del tiempo y del talento.
Fuente: Pablo Tovar “Paciencia para mejorar tu liderazgo“