El trabajo cada vez es más irrelevante. El futuro de la transformación digital.
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Antes de nada: estoy convencido de que quien no tiene un empleo no estará en nada de acuerdo con lo que voy a intentar explicar. Así que no estoy aquí para sentar cátedra de nada.

Lo que quiero compartir en este artículo es –en términos globales de este supuesto primer mundo en que vivimos– que la naturaleza del trabajo está cambiando.

En ello tiene que ver, por supuesto, la transformación digital: las máquinas son capaces de hacer muchísimas cosas mejor que los seres humanos. En un mundo con una inmensidad de datos disponibles, las máquinas y sus algoritmos nos superan en la carrera por la eficiencia.

Quizá, a fin de cuentas, los humanos no debamos obsesionarnos tanto por la eficiencia. Daniel Kahneman y Amos Tversky, unos de los padres de la economía conductual–, ya argumentaban que «los seres humanos estamos plagados por una serie de limitaciones cognitivas fundamentales que restringen nuestra capacidad para acertar con nuestras decisiones»

(La cita está tomada del libro La reinvención de la economía: El capitalismo en la era del big data, de Viktor Mayer-Schönberger y Thomas Ramge).

Así que puede que sea más simple reconocer que si el trabajo exige eficiencia máxima, nosotros no somos la materia prima más indicada para ponernos a ello.

La maldición bíblica de que nos ganaríamos la vida con el sudor de nuestras frentes llega a su fin. Como quiera que hemos encontrado a quien lo hace mejor y en menos tiempo, no tiene sentido que acudamos cada mañana a trabajar.

Esto supone, claro está, que yo particularmente tengo que desdecirme de algo que hasta ahora me parecía muy lógico: somos lo que trabajamos. Nuestra autoestima tuvo que ver con nuestros empleos, pero me temo que ahora el argumento no se sostiene.

Cada vez que una empresa quiere ganar en competitividad, toma la directa: ¿cuántos empleos puedo rescindir sin que se me incendie la organización que somos? Tenemos ejemplos a diario: grandes empresas que prescinden de seres humanos porque quieren cabalgar a lomos de la eficiencia.

Sí, hay contraoferta y se publican libros en los que se hace un llamamiento público al ser trascendente que somos: el trabajo exige nuestra dedicación en cuerpo y alma porque solo así nuestras empresas alcanzarán la tierra prometida.

Las llaman organizaciones teal, empresas con alma o hasta, lisa y llanamente, cooperativas.
Los discursos son contradictorios. Conocemos casos de empresas repletas de procesos de coaching, mentoring o cualquier otra receta para conseguir mejores personas y profesionales, con más compromiso y lealtad. Son empresas que quieren humanos que se desarrollen allí dentro en plenitud. Eso es lo que dicen.

Por supuesto que los titulares son otros y los datos lo confirman: el peso de la masa salarial cada vez es menor en las economías de los países desarrollados. Las personas perdemos peso en el conjunto.

Visto lo visto, habrá que pelear por la renta básica y para que los robots paguen sus impuestos. Habrá que repartir empleo entre algoritmos y humanos pero me temo que, como decía, salimos perdiendo.

Aunque hay quien no se cansa de recordar que con cada revolución económica sucedió lo mismo (sí, más máquinas pero nuevos empleos), me temo que ahora las cosas son distintas. Mandos intermedios, jefecillos y jefazos, puestos técnicos, especialistas en Big Data, transportistas, la fuerza de ventas, quienes atienden a los clientes: todo salta por los aires.

Sí, los especialistas en algoritmos y Big Data también. Ellos alimentan su fagocitosis a manos del progreso: ¿acaso pensabas que no te iba a suceder?

El trabajo se diluye como un azucarillo en café hirviendo. No queda ni rastro. Sí, sabemos que estuvo ahí, pero quedó desintegrado en un mar de avances científicos.

Ha llegado el momento de repensar todo ese tiempo que pasa a ser de no-trabajo. No obstante, insisto, todo esto plagado de contradicciones porque las cifras de paro siguen siendo vergonzosas. Más paradojas para navegar en tiempos revueltos.

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