Lograrlo, sí, pero no tan “a toda costa”
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Me resultó llamativo. El estatuto mundial de los antiguos alumnos salesianos, aprobado en Roma (2015) por el Rector Mayor, el asturiano Ángel Fernández Artime, incluye que, con cierta solemnidad, los asociados prometamos defender a toda costa (aparece con mayúsculas) la vida, la libertad y la verdad, con un compromiso social, político y económico. Se argumenta, por ejemplo, que los gobiernos se muestran autoritarios aunque aparenten democracia. Pensé que, si hay que defender algo a toda costa, entonces es que se cuenta con que va a ser cuestionado, quizá incluso legítimamente. Hube de pronunciar la promesa, pero me pongo límites.

En los años 90, cuando tanto se hablaba en las empresas de dirección por objetivos —management by objectives—, recuerdo haber caricaturizado la situación y sostenido que, en realidad y en la práctica, se dirigía mediante una válvula de presión —management by pressure— que manejaba el primer ejecutivo desde su despacho, según iban las cosas. En no pocas organizaciones, la presión para alcanzar las metas sigue resultando cada día más sensible, y en tales circunstancias no falta quien opte por nuevos caminos para alcanzar el logro “a toda costa”: se buscan atajos, se hacen trampas diversas y hasta parece que se llega a maquillar los resultados para darlos por conseguidos.

En realidad, con el hiperempeño en lograr resultados podemos topar en diferentes ámbitos de la sociedad. Con frecuencia vemos, sí, que se recurre a procedimientos viciados para producir los resultados deseados; diríase, por ejemplo más cotidiano, que asistimos al imperio de las noticias falsas y las posverdades, típicamente desplegadas, claro, con intención perversa; y no solo en redes sociales. En efecto, optamos a veces por caminos reprobables para, “a toda costa”, materializar propósitos o defender intereses.

Decía Saramago que perseguir el éxito “a toda costa” nos hace peor que animales, y condenaba así la disposición a preterir la razón y recurrir a procedimientos indebidos, viciados, para alcanzar el fin deseado. Además, sabemos que este complemento adverbial, explícito o implícito, no asegura siempre el logro y aun puede conducir a un espectacular desastre; no, no conviene alejar el sentido común, por muy saludables que parezcan los fines perseguidos.

A veces resulta llamativo, curioso, revelador el repetido uso de esta locución en los medios. El año pasado leí en un noticiero extranjero que nuestro gobierno se proponía evitar “a toda costa” el anunciado referéndum de independencia del 1º de octubre (2017) en Cataluña. Ya en los medios españoles, leí también que la policía nacional tenía órdenes de impedir “a toda costa” su celebración; leí asimismo que los Mossos d´Esquadra (policía autonómica) evitarían “a toda costa” recurrir al uso de la fuerza para imposibilitar la votación; y además leí que la unidad de España debía mantenerse “a toda costa”. Quizá la introducían los propios informadores, pero la locución se repetía. (Como recordamos, hubo aquel día votaciones y cargas de la policía; cargas que, se tengan aquí por necesarias o innecesarias, fueron explícitamente condenadas dentro y fuera de nuestro país).

Contamos con sinónimos no menos inquietantes: a todo trance, a ultranza, por todos los medios, cueste lo que cueste, a cualquier precio… Se diría que la idea viene a dejar abiertas posibilidades que no existían; que, como mínimo, relega o desplaza en los concernidos las deseables dosis de sensatez, buen juicio, empatía, integridad, responsabilidad… También, claro, se formula el “a toda costa” de modo más coloquial o intrascendente, pensando que no se interpretará al pie de la letra; pero sin duda se viene utilizando de modo aparentemente formal, y abriendo paso a posibles abusos y desmesuras.

Estamos, en efecto, ante una locución adverbial a que se acude con quizá demasiada frecuencia. Si uno repara —por traer un ejemplo con que di recientemente— en la propia definición de corporativismo, ahí se apunta a la tendencia-actitud de un grupo o sector profesional a defender con empeño (“a ultranza”, se dice en el diccionario de la RAE) los intereses de los miembros. Temo que resulten a menudo preteridos los perjuicios que puedan causar a terceros. Ciertamente habríamos de prevenirnos ante el uso de la expresión que nos ocupa y la de sus sinónimos.

En fin, centrados en el mundo empresarial y el desempeño profesional, parece saludable tratar de conseguir las metas perseguidas; pero sin perder de vista la idoneidad de los medios. Las tareas se habrían de llevar a cabo con profesionalidad, atendiendo también al objetivo para no desviarse de él. Sonará a perogrullada, pero la concentración plena en la tarea podría hacernos descuidar la meta, y la plena concentración en esta podría llevarnos a caminos cuestionables y aun reprobables.

Quizá no solemos reparar en ello, pero la idónea gestión de la atención podría estar resultando una asignatura pendiente en muchos casos. Parecen orientarse algunos esfuerzos a la mejor gestión del tiempo, sin embargo acaso la clave esté en saber a qué debemos prestar atención en cada momento, incluida aquí la legítima relación entre fines y medios.

José Enebral Fernández


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