Whiplash, talento y motivación: Cómo (no) sacar lo mejor de las personas
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Whiplash.fwTodos deseaban tocar con él. Sabían que era duro, pero para quien quería ser brillante, llamar la atención o llegar a la cumbre en una banda de jazz, era el maestro preferido para ello. Cuando ya lo conseguían, se daban cuenta de que no sólo era duro: era un desalmado, un déspota, un tirano.

Hace un par de semanas veía en el cine Whiplash. A mi parecer, una buena película que nos vuelve a plantear el papel del líder, del director, de quien construye y consigue resultados a través de otros: un equipo, una orquesta, una organización. Me llamó poderosísimamente la atención del papel – papelazo, creo yo – de J.K. Simmons, el profesor. Ya me dirás qué opinas cuando la veas.

El director de la banda de música, el profesor, quería resultados y sólo resultados. El camino, cómo se llegara a ellos, era lo de menos. Cualquier medio con tal de conseguir el fin: un nuevo genio del jazz que saliera de sus manos, de su orquesta. El quién, en el fondo, tampoco importaba, simplemente quería que fuera un alumno suyo. Y, por supuesto, si durante el proceso de búsqueda de ese resultado – el nuevo genio – alguno de los alumnos se sentía mal, era insultado o vejado, incluso pudiera perder el norte, la salud o su propia vida, el director no tendría problema: serían nada más que algunas notas que no encajan dentro de la correcta partitura que el maestro quería escuchar.

Sus alumnos eran simples instrumentos dedicados al éxito, al triunfo, a la gloria. Pero, ¿y la felicidad, la sonrisa alegre o la satisfacción durante el trabajo? Para nadie importaba. Durante el film, no será fácil encontrar el lado humano y sonriente de ese éxito por imperativo. Ni en los alumnos, ni en el maestro. ¿Cuál es entonces la justificación?, ¿hasta donde tenemos que apretar, empujar, sufrir o hacer sufrir para conseguir el éxito?, ¿hay límite? La respuesta es clara cuando Andrew, el alumno protagonista, lo pregunta. Transcribo parte de la conversación:

Profesor – “La gente no entendía lo que hacía en Shaffer (el Conservatorio de música), yo no estaba allí para dirigir, quería que mis alumnos se esforzaran más allá de las expectativas. Creo que es absolutamente necesario, sino estaríamos privando al mundo del próximo Louis Armstrong o del próximo Charlie Parker (…)”.

Alumno – Pero, ¿hay un límite? ¿Y si tal vez se va demasiado lejos y se disuade al próximo Charlie Parker de convertirse en Charlie Parker?

Profesor – No, qué va. Porque el próximo Charlie Parker no se dejaría disuadir. (…) La verdad, Andrew, es que jamás tuve un Charlie Parker, pero lo intenté, te juro que lo intenté, y eso es más de lo que hace la mayoría, y jamás voy a disculparme por la forma en que lo hice.

El profesor acepta que pudo granjearse enemigos, pero eso son gajes del oficio, formaba parte de su trabajo. Lo que él quería, ansiaba de verdad, era encontrar un genio – ¿a caso no hay fin más alto para un maestro? – y, efectivamente, cualquier medio era válido porque, cuando lo encontrara, si ciertamente estaba ahí, soportaría las dificultades, la presión y el sufrimiento. Ese sufrimiento que él causaba a los candidatos, golpeando, golpeando con fuerza para determinar si era bueno el material o no, como el artesano golpea el noble metal para someterlo.

El genio, como el metal más valioso, sería fácilmente reconocible, pues ambos resistirán la presión inhumana, las descargas iracundas, el fuerte golpeteo del maestro. El nuevo talento, además, se sobrepondrá al desaliento, a la humillación y a la crueldad, y no será recriminación sino agradecimiento lo que su bravo corazón le permitirá expresar. Pues obtener el triunfo era su obsesivo objetivo y, por fin, lo habrá logrado.

Más de una vez me he encontrado con líderes que profesan ese estilo, y el insulto, la manipulación o la humillación, forman parte de su espléndido repertorio motivacional. Del mismo Steve Jobs cuentan que manipulaba a sus ingenieros, mintiéndoles para que pudieran romper con la realidad y sus paradigmas y se lanzaran a crear lo inexistente, al saber que su líder ya lo había visto hecho realidad en otra compañía.

Quizá, inicialmente, nos puede repeler esa actitud pero, ¿y si tuviera razón?, ¿y si necesitáramos los seres humanos que nos pusieran al borde del precipicio para dar lo mejor de nosotros mismos? ¿No es, de hecho, el final de la película una muestra de ello, con esos últimos rostros de complicidad que se muestran alumno y profesor?

El planteamiento puede ser atractivo para cierto tipo de directores o responsables, que, además, se sienten con la responsabilidad de obtener lo mejor de sus colaboradores o sus organizaciones. “Es más de lo que hace la mayoría”, dirá el profesor de la orquesta de Shaffer, y probablemente tenga razón. Por eso, su entrega, tiene un punto romántico que al propio alumno puede llegar a cautivar. Pero detrás de este planteamiento, se esconden ciertos egoísmos y muchas, muchas fantasías que se han tornado, tantas veces, en auténticas pesadillas, mi querido profesor.

En cierta ocasión encontré a un coach que me dijo que él estaba para arrancar las estrellas del mar que se quedaban en la tierra y lanzarlas de nuevo al océano, a pesar del dolor que se pudiera causar. Cuando le interpelé por el cómo, y por la importancia, durante ese proceso, de cuidar a la gente, él me espetó que lo importante era el para qué, la finalidad, devolverles al mar, pues más tarde lo agradecerían. La forma, el cómo, no era tan esencial. Y él era bien duro: con el objetivo y con la persona, sin poder separarlos.

Entonces, y ahora, me pareció una muy pobre actitud y no puedo estar más en desacuerdo con ese planteamiento. Por supuesto que nuestra vida estará llena de situaciones difíciles y dolorosas a las que hayamos de hacer frente; claro que, en alguna ocasión tendremos que tensar la cuerda y así, ayudar a otras personas a tomar conciencia de nuevos retos y oportunidades; desde luego que en algún momento tendremos que sobrellevar, con dolor, algún tipo de crecimiento o aprendizaje pero, ¿seguro que hemos de causarlo para posibilitar el desarrollo?

Decía Viktor Frankl que el ser humano ha de encontrar sentido al dolor cuando llega, pero que no tiene sentido causarlo. Cuando el miedo, el dolor o la imposición son herramientas habituales del maestro o director, olvidamos el sentido del aprendizaje que queremos desarrollar, estaremos utilizando a la persona para el éxito en vez de ayudar a alcanzar el éxito a la persona, y estaremos considerando a nuestro alumno, colaborador o empleado un medio para alcanzar algún fin. Y cuando llegamos a eso, rompemos un principio fundamental: el principio de la dignidad humana, el principio del respeto, el principio de que el ser humano no podrá ser un medio para otro fin, pues él, ella, cada uno de nosotros, somos un fin en sí mismo.

Una cosa será que el dolor llegue en el camino del desarrollo, y otra cosa es que se inflija consciente y voluntariamente dolor como proceso necesario para el perfeccionamiento. ¿De verdad que alguien puede ser tan prepotente como para creerse por encima de los demás y erigirse en el campeón de la crueldad porque decidió que tal fin merecía tan excesivo coste ajeno? Cuando el éxito se mide sin tener en cuenta la fuerza y la crueldad empleadas, el respeto, la confianza y la ética, están en peligro. Y el ser humano también. Sea quien tome esa decisión.

Si todo vale para conseguir un objetivo deseable, alcanzar mayor perfección u ofrecernos al encuentro con la genialidad; si no hay líneas rojas que nos adviertan del peligro y la necesidad de detenernos cuando dañamos lo sustancial; si el ser humano puede ser considerado, al menos momentáneamente, instrumento de manipulación para un fin mayor; de alguna forma, ¿no hemos empezado a recorrer el camino de la barbarie? Y si lo hemos hecho, profesor, ¿no sería lo más humano sentirnos, al menos, culpables? Y es que, a veces, cuando se nubla el corazón, la mente pierde la esperanza. El himno se transforma en pompa fúnebre. La música se vuelve sólo sonido. La nota, garabato irregular de trazo largo. Y el ser humano, instrumento de la tiranía.

Jesús Gallego

Conferenciante Internacional

Socio-Director Capital emocional

http://www.conferenciasliderazgo.com

jesusgallego@capitalemocional.es


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One Response to "Whiplash, talento y motivación: Cómo (no) sacar lo mejor de las personas"

  1. Virginia  10 junio 2015

    ¡Excelente artículo!

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