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entrenador personal¿Ejercitamos nuestra mente y nuestras emociones de la misma forma que nuestro cuerpo?. La respuesta es posiblemente “no” en la mayoría de los casos.

Continuamos con el soberbio artículo de Fausto Marsol publicado ésta semana, “Su otro entrenador personal”, sobre la necesidad de incorporar progresivamente el coaching y el mentoring en las organizaciones. Espero que lo disfruten y que tengan un feliz dia.

Imagen: Blog de Eva López.

El Viejo Maslow

Habrá hoy, estoy seguro, muy pocas personas –hablo de quienes tuvieron la posibilidad de tener acceso a formación superior o de quienes, no habiéndola tenido por sí solas, con esfuerzo, se volvieron más sabias– que no hayan oído hablar de Maslow y de su Teoría de las Motivaciones; de esas, varias incluso lo habrán leído. Permítanme, sin embargo, que haga aquí un paréntesis y que cuente una historia verídica: en una sesión de  grupo análisis, uno de los miembros del grupo resistía –lo que es frecuente– a una determinada interpretación, yendo de argumento en argumento, hasta que, desesperado por la causa, gritó fuerte: “¡Yo también he leído a Freud!” . Eduardo L. Cortesão, mi maestro y analista, en su enorme sabiduría y con una sonrisa del tamaño de su gusto por las personas, respondió: “¡Vale, pero yo lo he estudiado!” Después de este episodio, que agudizó mi atención, confieso que he tropezado, demasiadas veces, con inmensos lectores –algunos ni siquiera profundos–, hablando de lo que no han estudiado –y varios con una arrogante aplaudida convicción.

Huyo, aquí y ahora, de resumir aquella teoría, prefiriendo antes partir del principio de que es de sobra conocida. La subida en la Pirámide de las Motivaciones no es más que  un caminar hacia la madurez: es en la cima donde está el desafío de la superación: ir tan lejos cuanto las capacidades lo permitan, hacer mejor a cada día que pasa –y no en función del reconocimiento extrínseco, sino por la satisfacción personal que eso proporciona. Es, así, un desplazamiento de los factores motivacionales del Otro (entendido como no yo –bien, persona, grupo, organización, sociedad, etc.) al Yo; de las señales externas a la riqueza interior; del conocimiento, como mera colección de datos o cursos para exhibir en los currículos, a la sabiduría; de lo inmediato al futuro; del parecer al ser –en una prueba de capacidad de aplazamiento de la recompensa, factor crucial de la llamada Inteligencia Emocional.

Los principales bloqueos a nuestra progresión, estoy convencido de que lo reconocerá, están dentro de nosotros –sea por presión externa (lo que se siente que el medio exige, variable individual), sea por determinación interna (en función de las características y de la historia pasada de cada uno). Esas son las grandes barreras a vencer para que consigamos liberar todo el potencial disponible –que se ha de traducir en más y mejores desempeños. Es, sin embargo, si bien que posible, demasiado ardua la tarea si es llevada a cabo en solitario, exigiendo una fuerte apuesta en la progresión en la Pirámide, rumbo a una cada vez mayor madurez –que está lejos de ser una simple función de la edad: conozco mucha gente joven bien madura y muchos pseudo adultos.

El Otro Entrenador Personal

Solo la oscuridad no tiene sombras: todo lo que tiene luz propia la provoca –y tanto más cuanto mayor sea el brillo–, pero no nos debemos atemorizar con eso: no hay que recelar de nuestro otro lado, hay antes que enfrentarlo con coraje, si lo queremos vencer –y no ser deshonrosamente derrotados por él-.

A veces, el simple hecho de tener consciencia de lo que nos preocupa y ser capaz de verbalizarlo –en una demostración de apertura y de confianza– representa, por sí solo, un avance en la superación del problema, como todos lo sentimos ya; como, muy probablemente, todos nos hemos enfrentado ya a peticiones de ayuda de ese tipo, a la que, muchas veces, no es posible responder adecuadamente. Son, así, las situaciones de coaching, mentoring o, más simplemente, de consejo, prácticamente una constante en nuestro día a día –se esté en el lado que se esté–; con todo, la informalidad y el encuadramiento de estas situaciones acostumbran a imponer algunas limitaciones: por parte del Yo, de dificultad de exposición, de confianza (siempre mitigada) e, incluso, de déficit de entendimiento de los fenómenos internos en el origen (“No sé bien lo que pasa conmigo”), que condicionan la verbalización; del Otro, por falta de disponibilidad, de saber, de técnica y, hasta, de experiencia: lo que aparece, normalmente, es el síntoma –y la resolución concreta de los problemas exige, con frecuencia, una visita a las causas. Por otro lado –y esto es de las cosas más difíciles de conseguir–, lo que verdaderamente interesa al Yo es descubrir lo que debe hacer con su problema, siendo ella/el, en su lugar, y no lo que Otro haría en esa misma situación (“Si yo fuera tu…” –poco añade), naturalmente vivida de forma diferente. En resumen, la ayuda, en estos casos, pudiendo ser útil –y cuántas veces necesaria–, tiene limitaciones, siendo todavía, casi siempre, de cara al pasado.

Son diversas las designaciones, traduciendo más los nombres la forma de hacer y el encuadramiento teórico de lo que es la esencia: el coaching, el mentoring y similares pretenden todos lo mismo: liberar el potencial de cada uno, de modo que pueda superarse y alcanzar niveles de logros cada vez más elevados –partiendo de quién es, de dónde está y de la definición del para dónde quiere ir. Desde luego, esto implica una enorme creencia en las capacidades inexploradas de cualquier humano; una fe en la capacidad de progresión de cada persona, rumbo a lo que desea ser y hacer. Tal como un atleta se entrega a un coach, esperando de él que lo apoye en la mejoría de su actuación, así un otro cualquier profesional –la mayor diferencia está en la actitud: en el deporte hace mucho se entendió que ésta es una práctica indispensable, pero todavía no (totalmente) en el mundo empresarial.

Un buen entrenador no dice propiamente a su atleta lo que debe hacer: lo sostiene en la búsqueda de su propio camino. Fosbury (con el salto de altura de espaldas) y B. Borg (con el revés a dos manos) –para recordar apenas dos casos famosos que rompieron con las prácticas tradicionales (“Siempre se hizo así”.)–  nunca habrían sido lo que fueron si no hubieran conseguido encontrar sus propios estilos –y en eso sido apoyados. Como su otro entrenador: todo lo que hará, en un proceso empático, de dentro hacia fuera, es ayudarla(o) a definir mejor su rumbo en cada momento y a encontrar el (los) movimiento(s) más adecuado(s), de modo a transformar un futuro soñado en un éxito conseguido.

En el mundo desarrollado, el ritmo es elevado y la incertidumbre una constante, dejándose las personas, demasiadas veces, arrastrarse por la corriente: si saben dónde están, no saben a qué velocidad  andan; si se centran en la velocidad, pierden la noción del lugar que ocupan en aquel momento. Tal vez haya llegado la ocasión de hacer una pausa estructurante e invertir en su mayor bien: en sí y en aquello que puede llegar a ser –sea cual sea el éxito que ya tenga hoy. O, quien sabe, convencer a su empresa a invertir en un proceso de este tipo.

* Traducción de Javier Rodríguez Casado.

** Fausto Marsol es Consultor en Desarrollo Organizacional y Profesional y Autor de Maquiavelo para Gestores Contemporáneos (Ediciones Corona Borealis).


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One Response to "El Caso del Entrenador Personal (II)"

  1. Alberto López Correa  11 octubre 2010

    Muchas veces he comentado con otros compañeros la famosa frase de “Siempre se hizo así”. Antes los ciclos de producto (y posiblemente de empresas) eran muy largos, hoy cada vez las cosas cambian más rápidamente.

    Lo cierto es que algunas empresas perduran con unas prácticas, tecnología, modelos de gestión y procedimientos muy rudimentarios, y funcionan mientras lo hace el ciclo económico o sectorial.

    El “Siempre se hizo así” es un triste epitafio para muchas empresas. Saludos y gracias por el artículo Fausto.

    Alberto

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